¡Peligro,
cuidado!
Rav Eran
Tamir
Las cosas llegan hasta tal punto que a
veces nos colocamos en lugar de nuestros patriarcas, los juzgamos, los
criticamos, y expresamos nuestro desacuerdo – D’s no lo permita. Sobre
todo
cuando llegamos a episodios nada sencillos de
El argumento que es muy utilizado en ese
asunto, es un argumento espiritual: Si alejaremos el nivel de nuestros
patriarcas de nosotros, y nuestra actitud para con ellos será
como si fuesen
ángeles y nosotros como personas, no habrá ningún
punto de contacto y
acercamiento entre ellos y nosotros, no habrá
identificación y sentimiento de contacto
con sus pensamientos, su moral y sus acciones.
Y debemos recordarnos y recordar a todos en
forma muy clara: Todo lo que nos parece una acción incorrecta,
falta de moral y
equivocada de nuestros patriarcas, tiene un profundo sentido positivo,
mucho
más de lo que nos parece a primera vista. Hay una gran
profundidad que debemos
revelar e identificar, y si no lo logramos, debemos cumplir con las
palabras de
nuestros sabios “es bueno que el sabio calle”. Y si también
diremos que se
trata de una acción negativa, no lo es según nuestro
entendimiento y nivel,
porque ya dijeron nuestros sabios que “D’s es meticuloso con los tzadikim
(justos)”, y por supuesto con nuestros patriarcas. Es decir: Esas
acciones son
como una desviación de un pelo, una desviación
minúscula de la que no tenemos
ni idea de su tamaño y su repercusión. Lo que para ellos
es una desviación de
un pelo, puede llegar a revelarse – D’s no lo permita – en nosotros en
una
desviación como una soga, como un gran y espantoso deterioro,
como un triángulo
en cuyo vértice no se puede percibir el distanciamiento de los
catetos, y a
medida que nos alejamos nos damos cuenta de la distancia que se va
formando
entre ellos, que es cada vez mayor cuanto más nos alejamos del
origen.
Y como dice el Rav Kuk (Ein Aya, Shabat
Bet, Pág. 44): “Y si algún espíritu pasó, y
por alguna pelea interna se encogió
un poco el resplandor de Israel, y no se expresó con todo su
vigor dentro del
hogar [Beit Iaacov – sus esposas e hijos], ese eclipse nos llega a la
distancia
como un gran deterioro, de gran importancia…”.
Es más: Cuán importantes son las palabras
de
Entonces, en estos días, cuando personas
pequeñas abren sus bocas con atrevimiento y desvergüenza
hablando de las
grandes figuras de nuestra nación, los critican como si ellos
fuesen como
nosotros, y se olvidan que “si los Rishonim son como
ángeles, nosotros
somos como personas. Y si ellos son como personas, nosotros somos como
asnos”.
No solo que provocan el desprecio espantoso y falso de nuestros
patriarcas,
sino que también impiden la actitud correcta para con ellos, y
de esa forma la
capacidad auténtica de asimilar de ellos, y vivirlos dentro
nuestro, como
particulares y como público en general.
Seremos merecedores de marchar por los
senderos de nuestros patriarcas y las enseñanzas de nuestros
sabios, que
dijeron “sabios, cuídense de sus palabras”. No sólo se
debe tener cuidado, sino
que también se debe alumbrar, elevar, engrandecer con sus
palabras en general,
y en cuanto a nuestros patriarcas en particular [en hebreo, zehirut
es
cuidado, mientras que zohar es resplandor. N. del T.]. Y
entonces ese
resplandor que se expresa a través del cuidado se
expresará también en ustedes,
y se revelará frente a todos en forma clara que ustedes son
sabios auténticos –
y no sólo de apariencia, D’s no lo permita.
Midreshet
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Con el
tiempo
Rav Lior
Engelmann
Si
hubiese sabido en aquellos tiempos lo que yo sé hoy en
día, quizás todo se
hubiese visto distinto. Aquí, de pronto las cosas se vuelven
claras, muy claras
– quizás demasiado claras para una persona de mi edad. Si me
hubiese esforzado
en aquellos tiempos - que ya pasaron y no regresarán - en sentir
lo que siento
en mi corazón hoy en día, puede ser que mi vida hubiese
sido distinta, y
quizás… Demasiado tarde.
Este
lugar, en donde estoy ahora, es otro, muy distinto de todo lo que hay
allí
afuera. Como un abismo separa entre este lugar y todo otro lugar del
mundo. No
hay aquí lo que hay allí, y aquí hay lo que no hay
en ningún lugar del mundo.
Aquí no hay abundancia y desarrollo, no hay ocupación,
las tareas no se suceden
una tras otra, y la carrera de la vida se queda del otro lado de la
puerta. Hay
sólo una cosa aquí, en abundancia sin límites: Tiempo.
Mucho tiempo,
quizás demasiado tiempo. Ese artículo de consumo que
tanto me faltó en mi vida,
se encuentra aquí en grandes porciones. Aquí no se puede
escapar de ese espacio
del tiempo, que te deja sólo contigo mismo, con tu vida, y
genera olas de
pensamientos. Si pudiese tomar ese tesoro de tiempo, y repartirlo a lo
largo de
los años de mi vida en forma más equilibrada…
Toda
mi vida pedí degustar de ese artículo de consumo tan
escaso, me pedí algunos
trozos de tiempo, anhelé los días cuando llegue a la
placidez y la
tranquilidad, y de momento que lo perseguí, él se me
escapó. Y ahora, cuando
perdí las esperanzas del tiempo y dejé de perseguirlo,
él entró en mi vida sin
previo aviso. Él se encuentra aquí, junto conmigo, en
esta etapa de mi vida,
una etapa que siempre supe que llegará, pero nunca me
preparé como es debido
para ella – porque no tuve tiempo…
Y
ambos nos encontramos aquí, el tiempo y yo, compartimos largas
horas juntos, en
este lugar que tiene muchos nombres. Hace un tiempo lo llamaban “Asilo
de Ancianos”,
después las personas se refinaron y le cambiaron el nombre por
“Hogar de
Ancianos”. Y hoy, lo llaman “Hogar de Padres”. Yo prefiero el
último nombre –
pero no porque me atemorice el primero. Ya no me ilusiono con que si
evitaré
decir la palabra “anciano” mis cabellos no serán blancos y mi
rostro no se
cubrirá de arrugas. Yo ya acepté el hecho de la
ancianidad: Yo sé que soy
anciano. Y a pesar de ello, el nombre “Hogar de Padres” es el
más apropiado,
por lo menos en mi opinión. En este hogar hay algo que hace
añorar los días en
que fuimos padres. Más de lo que hace añorar los
días que pasaron, presenta
signos de interrogación respecto a la forma en que fueron
vividos.
Una
persona joven no lo entenderá, pero cuando se escuchan voces de
niños de la
puerta del lugar, cuando llegan los nietos con los padres a visitar al
abuelo o
la abuela, todos sentimos como un terremoto: ¿Quizás es
mi nieto? A mi edad ya
se comprende que no tiene sentido envidiar, pero lo que entiende la
cabeza con
su frío raciocinio lo niega aceptar el corazón. El dolor
de la envidia hiere el
corazón cuando se entiende que no se trata de mi hijo, y esos no
son mis
nietos. Tampoco esta vez. No, no estoy enojado con él, yo lo
comprendo. Mi hijo
fue creado a mi imagen y semejanza, él se encuentra en los
años productivos de
su vida, en la cúspide de su florecimiento - ¿cómo
tendrá tiempo para
visitarme? Exactamente así fui yo a su edad…
De
momento que no fue mi hijo, nuevamente nos quedamos ambos – el tiempo y
yo. Y
nuevamente surgen los pensamientos en cuanto a los tesoros de dinero
que
estaría dispuesto a pagar con alegría a cambio de una
pequeña conversación con
mi hijo, mi nuera y mis nietos, por sólo un minuto de brindar,
de estar juntos,
cuando ellos realmente se interesen por mí y yo por ellos. En
los pocos
encuentros que me hago merecedor hoy en día, no puedo dejar de
darme cuenta de
sus miradas al reloj de vez en cuando…
Y
nuevamente los pensamientos me llevan a esos días, cuando
conversaciones de ese
tipo estaban al alcance de mi mano – y no llegaron a concretarse. Una y
otra
vez fueron aplazadas por las otras cosas “importantes” del mundo.
“Ahora no, no
tengo tiempo, muéstrale a mamá” le contesté a mi
hijo cuando quiso que mire el
dibujo que trajo del jardín de infantes. “No tengo tiempo…”,
¡malditos sean los
labios que así dijeron! Todas esas veces que mi hijo me
pidió jugar conmigo,
que estudie algo con él – y yo busqué otras cosas,
corriendo sin descanso en la
vida, buscando un tesoro escondido a lo lejos, sin ser capaz de
discernir entre
lo principal y lo secundario en la vida…
Recuerdo
una y otra vez el camino al jardín de infantes, me acuerdo
cómo mi hijo va tras
mío lentamente, cuando se detiene a mirar una planta que
florece, salta de
alegría cuando ve un pajarito, y yo… Yo no estaba allí.
Para mí, el camino al
jardín de infantes no era más que otro paso – necesario –
en mi camino al
trabajo.
Aquí,
en el “Hogar de Padres”, en este lugar, no hay prisa ni se corre nada,
hay un
montón de paciencia. Todo como si hubiese cesado, y desea
degustar un poco de
algo auténtico – y ese algo auténtico no llega.
Estaría dispuesto a entregar
todo el mundo para tener otra oportunidad, para volver a la mesa de Shabat
y valorar esos momentos que no se quedarán para siempre.
Entonces, no dejaría
que el cansancio de la semana me robe esos momentos tan escasos,
¡yo lo juro!
Sí,
yo sé, es demasiado tarde… Es muy despreciable la
sabiduría del “después”. Si
tuviese fuerzas saldría a la calle y le rogaría a todo el
que está dispuesto a
escucharme, y todavía puede corregir. Le contaría
respecto a una de las charlas
que tuve un día, entre el tiempo y yo: “¿Por qué
me diste la espalda? ¿Por qué
no estuviste a mi lado en aquellos días, cuando te
necesité tanto?”, le
pregunté al tiempo, con amargura. Y él, mi
compañero de charla, con palabras
agudas como un cuchillo, me hirió sin misericordia: “Yo estuve
allí todo el
tiempo, muy cercano a ti, tan cercano como lo estamos hoy en
día. Me apena decírtelo,
pero fuiste tú, mi amigo: Tú fuiste el que te negaste a
darme la mano”.
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