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Rajel
Rav Shlomó Aviner
(Beahava Ubeemuna No488)

No dormí bien ayer de noche. Estaba preocupado. Además, el viento se colaba por las rendijas de la casa silbando, y las puertas golpeaban. Finalmente, logré dormirme. De pronto, sonó el reloj que está colgado en la pared: Conté 12 campanadas. En ese momento se abrió en par la ventana de mi cuarto, y una fría brisa entró. La cortina comenzó a sacudirse por el viento, y sentí la necesidad de levantarme y mirar por la ventana. Afuera, estaba totalmente oscuro; no había Luna ni estrellas. Sólo el viento silbaba, cantando una música a baja voz. Me apoyé en el alfeizar de la ventana. Finalmente, la luz de la Luna logró traspasar las nubes, y comenzó un juego de luces y sombras en el cielo cargado de niebla. Esforcé mis ojos, y lentamente vi surgir una figura de la oscuridad.
Era una mujer alta, elevada, de porte noble, sensible, toda ella dice temor a D's, delicada, recatada, con un largo y ancho vestido negro, con un cuello blanco. Su cabeza estaba cubierta por un velo negro, sin ningún adorno, que escondía todo su pelo, salvo algunos cabellos que brotaban sobre su frente.
De pronto, ella movió sus labios y se escuchó una profunda voz:
"Yo soy Rajel".
"Rajel, nuestra matriarca!", dije, presa del terror.
"Sí, Rajel. He venido a decirles que me habéis humillado, pisoteado, avergonzado", dijo mientras las lágrimas caían de sus ojos.
"Cómo?", pregunté.
"Yo estuve con ustedes en todos los exilios. Para el bien de ustedes fui enterrada al lado del camino, y no con mi amado esposo Iaacov, el tzadik (justo). Estuve sola en mi tumba. Cuando fuisteis expulsados después de la destrucción del primer Beit HaMikdash (El Templo), pasaron a mi lado caravanas y más caravanas de hombres, mujeres y niños, quebrantados, apenados y mortificados por los enemigos. Yo salí de mi tumba y lloré, pidiendo misericordia por ustedes. 'Se oye una voz en Ramá... Rajel llora por sus hijos'. Y D's me respondió: 'Será premiado tu trabajo... y volverán los hijos a su tierra propia'".
"Si, yo recuerdo", dije, "son versículos del libro Irmya (Irmya 31:14-17). Rashi (Bereshit 48:7) habla al respecto". Sólo en ese momento me di cuenta que esa mágica figura que se encuentra frente a mí sostiene un libro en su mano. Esforzándome mucho logré leer lo que estaba escrito en su tapa: "Jumash con comentario de Rashi".
"Yo estuve con ustedes a lo largo de todos los exilios", continuó nuestra matriarca Rajel, "yo fui la fuerza Divina que surcaba dentro de ustedes, por merito de la cual fuisteis capaces de sobrevivir en las situaciones más terribles. Yo continuamente les hice mantener la esperanza que después de todos los suplicios, todas las matanzas y el quemado de las almas, volveréis a vuestro lugar: 'Y volverán los hijos a su tierra propia'".
"De qué forma?", pregunté.
"Yo soy Rajel, yo soy la pastora del rebaño, soy la Shjina (Presencia Divina), yo los protejo de los peligros espirituales para que ustedes sobrevivan, para que puedan volver a casa. Yo soy quien los apoyó todo el camino, hasta el final. Muy largo y difícil es el camino, pero siempre estoy con ustedes. Junto a ustedes yo sufro. Junto a ustedes yo estoy en el exilio" (Netzaj Israel, al final del capítulo 1).
"Si", dije, respirando con dificultad.
"Y ahora, habéis llegado al final del camino: 'Y volverán los hijos a su tierra propia', gracias a D's, 'será premiado tu trabajo'. Pensé que ahora podrá cumplirse también: 'Reprime tu voz del llanto' - pero no es así".
"Por qué no?", pregunté con gran temor.
"Porque vosotros descuartizáis mi tierra con cuchillos, y pretendéis entregarle a mi malvado primo Ishmael parte de ella. No es su tierra!. Porque pretendéis echar a mis hijos de mi tierra. Mis queridos hijos, que se asientan con gran sacrificio, que los malvados y crueles enemigos los atacan sin descanso, y son asesinados, heridos, sus hijos quedan inválidos!. Y vosotros, no sólo que no los protegéis con vuestro ejército, sino que por el contrario, pretendéis expulsarlos!". Un torrente de lágrimas bañó su rostro y se deslizó hasta el suelo.
Sentí que mis fuerzas me abandonan, que me estoy por desmayar, y con gran esfuerzo continué sosteniéndome del alfeizar de la ventana. No sabía qué contestar. Nuestra matriarca Rajel continuó:
"Siempre callé. Callé cuando mi padre me engañaba día a día, y le entregaba a mi hermana los obsequios que mi amado Iaacov me enviaba. Le dije a D's: Tú sabes que Iaacov trabajó para mi padre tanto por mí, y a pesar de ello cuando mi padre me echó de la litera y puso a mi hermana en mi lugar, yo callé. Y también le comuniqué las señales a ella. Me contestó D's: 'Por tu mérito, Rajel, Yo devuelvo a Am Israel a su lugar' (Rashi, Irmya 31:14)".
"Y qué pasó?", pregunté.
"D's dijo algo cierto, prometió y ahora lo cumple: 'Reprime tu voz del llanto y tus ojos de lágrimas, porque será premiado tu trabajo, dice el Eterno, pues ellos volverán de la tierra del enemigo, de modo que hay esperanza para tu porvenir, dice el Eterno, y volverán los hijos a su tierra propia' (Irmya 31:15-16). Comencé a alegrarme, pero ustedes lo han desbaratado todo".
"Por qué?", pregunté con aprensión.
"Porque vosotros mismos os habéis convertido en enemigos. A lo largo de todo el exilio, los enemigos los hirieron y los expulsaron, su ejército los afligía. Ahora, gracias a D's, tenéis un ejército, pero vosotros lo utilizáis para atacar a mis hijos y expulsarlos!. Habéis olvidado que sois hermanos?!".
"Pero, qué debemos hacer?", continué preguntando.
"Recordar siempre las palabras del Cohen (sacerdote) que declama frente a las huestes: 'Escucha, Am Israel, ustedes salen hoy a combatir y luchar contra vuestros enemigos y no contra vuestros hermanos. No Iehudá contra Shimon, ni Shimon contra Iehudá' (Sota, Cáp. 8)".
Comprendí, y dije: "Eso es lo que debemos hacer; utilizar nuestro ejército contra nuestros enemigos, y no contra nuestros hermanos".
"Sí!. Luchar contra los enemigos, y no contra los hermanos", dijo. Una noble sonrisa se dibujó en su semblante, y su figura se desvaneció lentamente entre la niebla.

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