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Esclavitud y libertad
Rav Avraham Itzjak HaCohen Kuk zt"l
(Maamarei HaReayá, Pág. 163)

Cuando enumeramos las diferenciaciones explícitas, “quien discierne entre el kodesh (lo sacro) y lo profano, entre la luz y la oscuridad, entre Am Israel y los demás pueblos, entre el sexto día y los seis días de la creación” (oración de Habdala al término del shabat), debemos aprender de ellas a discernir en forma genérica todas las diferenciaciones que no son explícitas. Una de ellas, es la diferenciación entre la esclavitud y la libertad. No es tan fácil concebir el concepto de esclavitud en toda su extensión, hasta ser capaz de reconocer cómo liberarse de sus lazos y salir a la extensión de la libertad, liberarse totalmente de la maldición del esclavo (Bereshit 9:25) y acogerse bajo la bendición del que es libre (ver Mishlei 6:23). No es fácil tampoco concebir el concepto de libertad en toda su extensión, hasta ser capaz de unirse con la libertad auténtica sin caer en la falsa libertad, que es mucho peor y mucho más vil que toda esclavitud. Eso es cierto en cuanto a la persona individual, en su vida, su conducta y su pensamiento, y es cierto en forma mucho más elevada y general en la nación.
Y cuando buscamos el jametz (harina fermentada) a la trémula luz de la vela, buscamos también en los escondrijos del corazón, para eliminar todo fermento de esclavitud que se adhirió a nuestra ánima, para que podamos entrar al círculo del resplandor de la “fiesta de la libertad” con alegría, limpios de toda mancha de esclavitud, ya sea esta la esclavitud evidente, que humilla la magnificencia del alma y enturbia la nobleza del espíritu, o ya sea la esclavitud oculta, que es pintada con los falsos colores de la libertad superficial, con los que los embaucadores engañan la ciega multitud.
“Fuimos esclavos de Paro en Egipto”, y el maror (hierbas amargas) nos recuerda la esclavitud, “porque los Egipcios amargaron la vida de nuestros antepasados en Egipto” (Hagadá). El esclavo cuya alma es esclava, su vida es despreciable, pero no es amarga. El alma esclava no puede sentir el sufrimiento de la despreciable esclavitud, porque esa vida es afín con su esencia espiritual y su personalidad, e incluso a veces puede desearla y llegar a decir: “No saldré libre” (Shmot 21:5).
Es cierto que fuimos esclavizados y sometidos bajo el poder de nuestros opresores, pero el resplandor de la noble libertad - proveniente de la herencia espiritual de nuestros patriarcas, representantes de D’s entre los pueblos (Bereshit 23:6) - no podía extinguirse totalmente en nuestro interior, y por ello nuestra vida como esclavos nos era una vida amarga. Y gracias a esa herencia kdoshá (santa) somos capaces también hoy en día de discernir entre la esclavitud y la libertad, entre lo que es afín a nuestro espíritu en su pura esencia y lo que penetró en nuestras vidas a causa de las continuas esclavitudes y exilios.
Y del espíritu de libertad que se va formando dentro nuestro sobre la tierra kdoshá (santa), donde tenemos todo el derecho de sentir dentro de nosotros la grandeza de la libertad en su delicada naturaleza, tomaremos el valor para revivir todas las aptitudes, en todos los campos. Y en esta fiesta kdoshá (santa), “la época de nuestra libertad”, fluirán sobre nosotros los ríos de la libertad en toda su pureza, discerniremos entre la esclavitud y la libertad, entre la libertad pura  - que es la auténtica - y la falsa libertad, que lleva gravada en el fondo de su esencia el sello de la esclavitud. Y la voz que emana de lo recóndito del corazón, con profunda alegría y anhelo al unísono, la voz de toda la casa de Israel en la noche del Seder, “este año somos esclavos, el año que viene seremos libres” (Hagadá), que se escucha ahora también aquí, entre los que se asientan en la tierra de la nación, esa fuerte voz hará despertar la voz genérica de toda la nación, en todos los confines, y contestará de lo profundo del alma:
“Este año estamos aquí, el año que viene estaremos en la Tierra de Israel!” (Hagadá), pronto, en nuestros días, amén!.

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