Edición semanal
Basada en materiales de Majón Meir

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Parashat Mishpatim     27 de Shvat 5776     No 1055


Las leyes de los perjuicios
Rav Itiel Ariel
(reimpresión)

Nuestra Parashá habla en extensión de las leyes de los perjuicios, y determina que el que daña a su prójimo debe ser responsable del daño causado. Ese principio tiene su aplicación en muchos de los ejemplos de daños y perjuicios causados por la persona o sus pertenencias a su prójimo y sus bienes. "Hay cuatro formas típicas de daño" (Baba Kama 1:1), y otras cuatro que se encuentran en nuestra Parashá. Ellas recalcan el principio general, según el cual la responsabilidad primordial de evitar el daño, recae sobre el que lo produce, y es él el que debe cuidarse - a sí mismo y a sus pertenencias - para no producir daño alguno. Ese principio fue más extendido aún - más allá de la obligación básica formal - y quien se dirige por los senderos de la jasidut (piedad) debe cuidarse mucho de no provocar algún perjuicio: "El que quiere ser jasid, que cumpla las leyes de los perjuicios" (Baba Kama 30A). Y por ello "los jasidim de antaño enterraban las zarzas [que podían producir algún daño. N. del T.] tres palmos bajo la tierra" (Baba Kama 30A).
Justamente esa actitud del jasid ilustra la meta educativa y de valores que se encuentra en la base de esas leyes - por encima de la función social que ellas desempeñan al definir claramente las relaciones entre el que daña y el que es dañado. En efecto, todos están de acuerdo en que se debe delimitar claramente el uso de la persona de sus bienes, de forma que su derecho de compra y su plasmación no sea a expensas de su prójimo. Esa limitación es necesaria para llegar al correcto equilibrio entre sus derechos y los derechos de los demás, y eso justifica cierta coartación de sus privilegios. Pero si se trata solamente de especificar las relaciones entre las personas, no tiene ningún valor moral añadir por encima de la obligación básica, como hace el jasid. La actitud del jasid - que tanto se cuida de no perjudicar - insinúa una concepción de valores distinta.
En un análisis más profundo, concluiremos que puede ser interpretada equivocadamente la obligación de toda persona de apartar el daño que él puede producir de su prójimo. Hay quienes ven en ella una meta en sí, y piensan que la clave para lograr buenas relaciones entre las personas y sus vecinos, es el claro distanciamiento. En su opinión, un muro alto es la mejor garantía para asegurar buenas relaciones de vecinos, ya que una relación estrecha diaria forzosamente generará conflictos innecesarios. Esas personas a menudo les resulta difícil presentar sus exigencias al verdadero perjudicador: Evitan discutir con él, y tienden a depositar toda la responsabilidad sobre quienes - según su opinión - deben velar por su aislamiento del entorno. Por ejemplo, en el lugar donde ocurrió un accidente de tráfico, ellos exigirán realizar cambios en la señalización y similares, pero no exigirán educar al chofer o al transeúnte a ser más atentos y cuidadosos.
Tal parece que esa concepción se ve reforzada y fomentada en la vida moderna. Cuanto más aumenta la densidad de las viviendas, aumenta a la par el esfuerzo por elevar más y más las verjas que separan entre las personas y sus vecinos, y con ella crece también la concepción privada, que coloca en la cúspide de la escala de prioridades el derecho de cada persona de vivir su vida a su gusto, mientras no dañe a su vecino - "vivir, y dejar vivir". También las relaciones entre las naciones son reguladas según esa concepción, partiendo de la base que son necesarias murallas de separación para eliminar posibles factores conflictivos entre ellas.

La Torá se opone a esa concepción, que nos lleva forzosamente al distanciamiento entre las criaturas y estropea el principio de la hermandad y la responsabilidad mutua. Es cierto que también la Torá reconoce la necesidad de evitar los perjuicios, pero la concepción básica es totalmente opuesta. Esas leyes se refieren a situaciones a posteriori, cuando ya existe el factor dañino y hay necesidad de guardar distancia poniéndolo por detrás de las cercas para que no produzca daño alguno en la práctica, pero la meta final es eliminar la capacidad de dañar en sí, y hacerla desaparecer del mundo.
El que enciende fuego en su patio, tiene que tomar en cuenta que hay zarzas en la vecindad que no fueron enterradas, y de momento que no se preocupó por remediar la situación, debe ser responsable de lo que ocurrió, a posteriori. En "Orej Jaim" (sección del Shuljan Aruj, el libro de halajá por excelencia) agrega que esas zarzas son una alegoría, que simboliza a los malvados, y por ello en un principio debemos hacernos cargo de esos destellos de maldad, debemos hacer todo lo que podamos para que los malvados cambien su comportamiento para bien, y desafilar los filosos dientes de esos hijos amados a tiempo. Y sólo si no hay más remedio, podemos consolarnos pensando que la desgracia que llega al mundo a través de ellos, los extermina a ellos mismos.
Y en efecto, la visión futura del profeta Ishaya no habla del quebrantamiento de los perjudicadores y su expulsión más allá de los muros, sino que de su corrección y la aniquilación de su potencial dañino, "y habitará el lobo con el cordero, y el tigre se acostará junto con el cabrito... no obrarán mal ni destruirán en todo Mi santo monte..." (Ishaya 11:6-9).


Rav Shlomó Aviner

El nivel más alto
Rav Shlomó Aviner

Las personas piensan que nuestro Rav Moshé extendió su mano, el mar se partió y se formó un ancho camino por el que pasaron nuestros antepasados. Por supuesto que eso sucedió, pero no tan rápido.
Nuestros sabios nos explican que los Hijos de Israel saltaron al agua tras Najshón Ben Aminadav, hasta que les llegó a la boca o la nariz – y entonces se partieron las aguas. Y así fueron caminando dentro del mar, cuando a lo largo de todo el camino el mar se fue abriendo delante de ellos (véase mi modesto comentario al Jumash, y a la Hagadá de Pesaj). Y por ello está escrito “y los Hijos de Israel entraron en medio del mar, en seco” (Shmot 14:22), y sólo después está escrito “y los Hijos de Israel anduvieron en seco en medio del mar” (Shmot 14:29). Y véase el comentario del HaGr”a (Kol Eliahu allí). Es decir, fue un sacrificio enorme, y gracias a ese sacrificio fuimos meritorios del milagro. E incluso una sirvienta vio en el mar lo que no fue merecedor de ver el profeta Iejezkel Ben Buzi – por su elevado nivel de sacrificio.
Como es sabido, el sacrificio es el nivel espiritual más alto de la persona, incluso por encima del estudio de la Torá, como es aclarado en la Gmará (Psajim 50A-B).
Y por supuesto, no siempre ocurren milagros, la persona no sabe de antemano si le sucederá o no. Janania, Mishael y Azaria fueron arrojados a la hoguera, y no sabían si les ocurrirá un milagro. Así escribe Rashi respecto al versículo “y Me santificaré dentro de los Hijos de Israel” (Vaikra 22:32): “Cuando se sacrifica, debe sacrificarse dispuesto a morir, porque todo el que se sacrifica pensando que se salvará milagrosamente, no le hacen ningún milagro. Así encontramos que le ocurrió a Janania, Mishael y Azaria, que no se sacrificaron pensando que les ocurrirá un milagro”.
También en nuestros días, un soldado que combate se sacrifica por Am Israel (el Pueblo de Israel), por Eretz Israel (la Tierra de Israel) y por la santificación del Nombre de D’s. Ese es un elevado nivel. Gracias a D’s, por lo general no es dañado, pero a veces muere o es herido, que D’s nos cuide.
Y por supuesto, hay niveles de sacrificio. Nuestros sabios nos dicen que también el sacrificio de dinero es un sacrificio (Brajot 20A). La persona ama mucho su dinero, y está muy vinculado a él, no porque sea un tacaño sino que se gana su dinero con mucho esfuerzo, y lo necesita para las necesidades de su vida. Pero para hace la voluntad de D’s está dispuesto a renunciar a su dinero, como está escrito “y amarás al Eterno, tu D's, con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todo tu ser” (Dvarim 6:5). Explica Rashi: “Con todo su ser – con todo tu dinero. Hay quien su dinero le es más apreciado que su propio cuerpo”.
Hay también sacrificio de honor. La persona renuncia a su honor para hacer el bien, está dispuesto a sufrir oprobios para hacer la voluntad de D’s. También eso es difícil.
No hay límite a las cosas que exigen sacrificio. Rezar con intención también requiere sacrificio. No hablar durante el rezo, es también una forma de sacrificio. No hablar Lashón HaRra (calumnias) es sacrificio, no prestar atención al Lashón HaRra es sacrificio.
A primera vista sacrificarnos es muy difícil, pero el que ama al Señor del Mundo se alegra que tiene oportunidades de sacrificarse por Él.