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Cuando Iosef se dio a conocer
Rav Azriel Ariel
 (Beahava Ubeemuna No597)

El camino de la conciliación entre Iosef y sus hermanos no fue nada fácil. Iosef podría haber utilizado algún “atajo” y hacerles saber rápidamente que los perdonó - pero Iosef eligió intencionalmente un camino que “es largo y corto”. Y así explica el Rav Shimshón Refael Hirsh la actitud de Iosef (en su comentario a Bereshit 42:9):
“Sólo por la necesidad se vio obligado a comportarse de una forma que parecería ser que los fastidiaba sin ningún sentido... En primer lugar, se vio obligado a cambiar dos cosas: Su opinión respecto a sus hermanos, y sobre todo la opinión de ellos respecto a él. Ambas deben cambiar totalmente, para que pueda edificarse una relación estrecha de afecto... Si sólo hubiese vuelto físicamente a su familia - ellos lo habrían perdido, y él habría perdido a su familia. En esa situación sería natural que continuase sintiendo rencor, recordando cómo endurecieron ellos su corazón cuando él les imploró y no le escucharon, ni tampoco tomaron en cuenta el dolor que eso provocará a su padre”.
Para entender cómo nos indica el Entregador de la Torá que deben conciliarse hermanos - a través del relato de Iosef - intentaremos aclarar cuáles son las expectativas de la persona que fue agredida, que le permitirán conciliarse de todo corazón con el que lo hirió profundamente.

En primer lugar, él exige que el que lo hirió sea conciente del dolor que le causó. Pero no alcanza con ello. Él pretende del que lo agredió que vuelva a revivir el incidente, viéndolo desde el punto de vista del perjudicado. En segundo lugar, él quiere que el agresor asuma la responsabilidad de sus actos, sin esconderse bajo todo tipo de excusas. Es más: Debe reconocer que es culpable de lo que ocurrió. El tercer punto, es la humillación: Lo que más duele de todo lo ocurrido, es la sensación de humillación que acompañó la agresión. Por ello, es necesario para el herido - desde el punto de vista sentimental - que el agresor se rebaje frente a él, y para ello él pretende que confiese su culpa en su presencia, con su propia boca, y le pida perdón. Ese proceso es el que le devolverá su honor perdido. El cuarto punto, es la certeza que la personalidad del agresor ha cambiado realmente en gran manera, hasta tal punto que no cabe duda que no volverá a herirlo, y se puede confiar en que las relaciones volverán a ser correctas como lo eran antes. Si falta alguno de esos componentes en el proceso de la conciliación, quedará un gusto amargo en el corazón del que fue atacado, y la conciliación será sólo de la boca para afuera.
La necesidad del maltratado de esa corrección doble, triple y cuádruple no es una expresión de su debilidad, sino que es una exigencia Divina para la corrección del mundo: No hay una expiación completa sin un arrepentimiento pleno. La necesidad que siente el agredido, expresa la exigencia Divina de la corrección completa. Tratándose de nimiedades, lo correcto es que la víctima renuncie por lo menos a parte de ese proceso y perdone, con misericordia. Pero cuando se trata de algo serio, y sobre todo cuando fue acompañado de severos pecados – hasta tal punto que fue profanado el Nombre de D’s – esa pretensión no proviene de la debilidad en absoluto. Por el contrario, un talmid jajam (erudito del estudio de la Torá) que fue avergonzado en público debe “guardar rencor como una víbora”, hasta que se lo concilie como corresponde. Mientras no haya un arrepentimiento adecuado, entonces “no olvidaremos ni perdonaremos”.
Eso es lo que dirige a Iosef, como dice el Rav Shimshón Refael Hirsh: “Ese recuerdo podrá borrarse de su corazón sólo cuando tenga la certeza que realmente han cambiado totalmente. Por ello, era estrictamente necesario ponerlos a prueba, para comprobar si son capaces de hacer algo así nuevamente... arrancar un hijo del regazo paterno... esa prueba era necesaria para Iosef. Sólo cuando la hayan pasado exitosamente podrá borrar de su corazón el resto de la amargura... Esa era la razón por la cual Iosef se abstuvo de hacerle saber a su padre de la suerte que corrió, cuando ya había llegado a sus años de felicidad. Qué hubiese ganado Iaacov si hubiese vuelto uno de sus hijos, y hubiese perdido los otros diez, y hubiese visto la tensión y el rencor entre ellos?...”.
Por ello, le era importante para Iosef ponerlos en una situación en la que sientan lo que él sintió cuando lo vendieron a los Ishmaelitas. Y por ello los encarceló por tiempo indeterminado, y continuó probándolos una y otra vez. Y la última prueba – fue la más difícil. El hermano más joven, el más amado por su padre – complicó a todos los demás robando la copa de plata!. Acaso lo dejarán como esclavo en Egipto, o harán todo lo posible por su hermano y por su padre?.
No sabemos cuál era todo el plan de Iosef – ya que no logró llevarlo a cabo hasta el final. El proceso fue cortado en su punto álgido. Pero podemos notar que algo primordial faltó: Que le pidan perdón!. Iosef se dio a conocer a sus hermanos, no porque es capaz de hablar, sino porque ya no tiene fuerzas para seguir callando: “Iosef entonces, no pudiendo contenerse... lloró en alta
voz... y dijo Iosef a sus hermanos: Yo soy Iosef!...” (Bereshit 45:1-3). De momento que no llegaron al punto en que los hermanos son capaces de mirarle a los ojos y pedirle perdón, Iosef se ve obligado a consolarlos y limpiar su conciencia él mismo, diciéndoles: “Ahora, pues, no os aflijáis ni os pese por haberme vendido acá, porque para preservar vida me envió D’s delante de vosotros... Así que ya no fuisteis vosotros quienes me enviasteis acá, sino D’s...” (Bereshit 45:5-8).
Pero de momento que el proceso no culminó, podemos notar que las relaciones entre ellos no fueron corregidas totalmente. Enseguida después de la muerte de Iaacov los hermanos comenzaron a temer: “Quizás nos aborrecerá Iosef y nos devolverá todo el mal que nosotros le hicimos” (Bereshit 50:15). Hay comentaristas que dicen que tampoco el perdón de Iosef fue pleno (Or HaJaim). Por ello, las generaciones futuras tendrán lo que reparar, hasta que se plasme el vaticinio del profeta Iejezkel: “Y haré de ellos una nación en la tierra, sobre las montañas de Israel, y un rey será rey de ellos, y no serán más dos naciones, ni estarán más divididos en dos reinos" (Iejezkel 37:22).