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Elegir ser pobre
Rav Itiel Ariel
(Beahavá Ubeemuná No578)

La mitzva de la limosna que es mencionada en nuestra Parashá, es acompañada de la actitud básica de la Torá frente a la indigencia. Existen dos promesas contrarias: Por un lado está escrito “no deberá de haber en medio de ti menesteroso alguno, porque el Eterno te bendecirá abundantemente” (Dvarim 15:4), y por otro lado “porque no dejará de haber menesteroso en la tierra” (Dvarim 15:11). La Gmará (Taanit 21B) nos presenta un punto de vista singular, que resuelve esa aparente contradicción.
La Gmará describe la dura lucha interior de dos talmidei jajamim (eruditos del estudio de la Torá) que les era difícil procurarse su sustento cuando se dedicaron íntegramente al estudio de la Torá – un tema que le es muy conocido a muchos de los que se dedican al estudio en nuestros días. Y del final del relato, es posible entender que la respuesta a esa cuestión es una decisión personal de cada uno de ellos, según su nivel espiritual: Uno de ellos, eligió abandonar la ieshiva (centro de estudio de la Torá) y ser comerciante, cuando arguyó que debe cumplir él mismo la promesa del versículo “no deberá de haber en medio de ti menesteroso alguno”. Y en contraste, su amigo – junto con el que marchó un largo trecho – fue merecedor de escuchar a los ángeles del cielo que decían que en el futuro, él será un gran talmid jajam, si decidirá continuar con sus estudios. Y su conclusión fue justamente contraria: Debo cumplir yo mismo el versículo “porque no dejará de haber menesteroso en la tierra”. De esa forma es resuelta la aparente contradicción de los versículos: Hay dos principios nuevos que aprendemos de ello. En primer lugar, debemos interpretar los versículos como una promesa que le habla a la persona particular, y no una promesa genérica. Y por ello, puede darse que alguien sea merecedor de la primer promesa – que no le faltará nada, y todas sus necesidades serán colmadas – y contrariamente la pobreza de su buen amigo con el que vive se perpetuará, como dice el segundo versículo.
Y en segundo lugar, la maldición de la indigencia y la bendición de la riqueza recaen sobre la persona también de acuerdo a su elección, y la persona puede elegir desde un principio vivir una vida de carencias y pobreza para poder alcanzar de esa forma una meta que le es muy preciada – como el estudio de la Torá – y a pesar de ello, tenemos la obligación de procurarle su sustento, como los demás pobres cuyo destino fue determinado por el cielo. Por su parte, él debe ser consciente de su elección – vivir una vida dedicada al estudio de la Torá – aceptar su “pan y agua” y su vida de sufrimiento y necesidad que eso implica, también si por parte del público no se debe discriminar entre él y los demás necesitados, que intentaron suplir sus necesidades y no lo lograron.
En los últimos años se ha arraigado la concepción que pretende hacer recaer sobre los hombros de los indigentes toda la responsabilidad de sus necesidades y sus problemas. De esa forma el público se desentiende del tema, y no se preocupa por eliminar la pobreza y sus raíces. Esa actitud es muy superficial - incluso desde el punto de vista de los hechos objetivos - pero es adecuado recalcar que la mitzva de la limosna también nos obliga a ayudar al menesteroso cuando su pobreza es producto de su elección, incluso si se trata de una elección equivocada.
Justamente ese tema - la elección de la pobreza como una forma de vida - nos presenta una concepción social sana, según la cual la pobreza no es solamente una maldición, sino que también es un desafío que es correcto enfrentar, en todos los campos. En el plano personal, nos enseña que la presión económica que recae sobre la persona no necesariamente debe aparejar un descenso de su autoestima, y no necesariamente implica desdicha espiritual. Se puede sacar mucho provecho de su aspecto positivo – “cuídense de los hijos de los indigentes, porque de ellos saldrá la Torá”. Pero todo eso a condición que el pobre se responsabiliza de su situación, y es conciente de su elección y sus consecuencias. Y en el plano público, esa concepción nos hace colocar el valor de la entrega como el desafío central, incluso cuando esa entrega no necesariamente logrará resolver totalmente el problema de la indigencia. Porque la pobreza es parte de la realidad mundana, y también la bendice: “Ciertamente le darás, y no debe dolerte el corazón cuando le dieres, porque a causa de esto te bendecirá el Eterno, tu D’s, en toda tu obra y en todo aquello en que pusieres tu mano” (Dvarim 15:10). Que sea Su voluntad que seamos de los que dan, y no de los que necesitan que les entreguen.